Religión

El cristianismo en Italia


El romano de la época imperial dedicaba su vida al servicio del Estado y a los placeres terrenales. Ser buen ciudadano y luchar por el engrandecimiento de la patria eran las normas a las que debían someter su existencia.

A consecuencia de las conquistas, penetraron en Roma diversos cultos orientales, que debilitaron aún más, el respeto hacia los dioses tradicionales.

A mediados del siglo I de nuestra Era comenzaron a llegar Roma —procedentes de Judea—las primeras noticias sobre el cristianismo, lo que supuso una revolución esencial dentro de la estructura social y política del Imperio romano tardío

Incapaces de desprenderse del yugo de la Roma esclavista, las clases bajas adoptaron la nueva religión, pues la situación de los sectores populares de la sociedad romana era tan triste y su conciencia de clase tenía tan poco desarrollo, que la nueva religión conquistó el Imperio en el curso de dos siglos.

Desde la óptica del paganismo, el cristianismo supuso una auténtica revolución del pensamiento. Frente al panteón clásico se afirmó el monoteísmo, frente a la noción de la ciudadanía romana se alzó el espíritu universal y católico, de modo que la nueva religión iba dirigida a todos los pueblos y gentes sin distinción de ninguna clase. Asimismo, el determinismo clásico es sustituido por el “libre albedrío. Por otra parte, y como un elemento esencial, el concepto de persona se extendió a todos los seres humanos, incluyendo así a los esclavos, considerados meros bienes.

En realidad, los romanos eran tolerantes con las religiones de los pueblos sometidos y no prohibían ninguna de ellas, aunque era obligatorio para los súbditos el culto oficial del Estado. Todos debían asistir a las fiestas públicas que se realizaban en homenaje a los dioses paganos; un militar debía inclinarse ante los estandartes y los magistrados tenían que realizar un sacrificio antes de comenzar cualquier ceremonia. Pero los cristianos se resistían a tomar parte de estas costumbres que juzgaban como impías.

Vestidos con este aparato ideológico resulta obvio que los primeros cristianos suscitaran recelos y murmuraciones entre la población y, como fuera que sus ritos eran desconocidos y se celebraban en la clandestinidad, resultó frecuente encontrar testimonios que pretendían acusar a los cristianos de todo tipo de crímenes.

No obstante, durante los primeros tiempos de la religión no generó grandes preocupaciones en el ámbito del poder político. Hasta que, a partir del siglo II de nuestra era, la hostilidad y el odio hacia los cristianos aumentó, planteándose qué hacer con ellos. En el rescripto de Trajano el emperador afirma que los cristianos solo pueden ser perseguidos por denuncias privadas y que no se les busque. En el rescripto de Antonino Pío se condena ya el simple hecho de ser cristiano, pero no se ordena su persecución.

Con Marco Aurelio y Cómmodo se intensifica la condena del cristianismo, no obstante, no puede hablarse de persecuciones, sino que se condena a los cristianos por una culpa individual. Incluso al final del gobierno de Marco Aurelio y durante los años de Cómmodo, se llegó a un entendimiento entre Iglesia y Estado. En dicho siglo se produce un importante cambio de actitud y se realizan persecuciones de cristianos. Debido probablemente a la decadencia del Imperio. Así, Decio, restaurador del paganismo, perseguiría a los cristianos por no cumplir con los ritos y, posteriormente, Valeriano, en plena crisis económica y social, confiscaría los cementerios, mandaría matar a todos los eclesiásticos detenidos y a senadores y caballeros cristianos. Hasta el Concilio de Nicea, las iglesias cristianas eran incendiadas, quienes profesaran la religión cristiana eran perseguidos y su patrimonio era confiscado. Particularmente bajo el emperador Diocleciano se intensificó la persecución cristiana. Diocleciano quería revivir los viejos cultos paganos y que éstos se convirtieran en la religión del imperio. Pero su política anticristiana fracasó y fue eliminada por su sucesor, el emperador Constantino.

Constantino, al año siguiente de ocupar el trono, promulgó el edicto de Milán, el cual estableció libertad de cultos y puso fin a las persecuciones contra los cristianos.

El 27 de febrero de 380, el emperador romano de Oriente Teodosio firmó, en presencia del emperador romano de Occidente Valentiniano y su co-gobernante medio hermano Graciano un decreto con el que declaró al cristianismo religión del Estado y estipuló un castigo a quienes practicaran cultos paganos.

Con el mismo fanatismo con el que antes fueron perseguidos los cristianos y judíos, ahora se hostigó a quienes practicaran otra fe. La realización de cultos paganos fue considerada alta traición y los templos y lugares sagrados fueron destruidos, como el Oráculo de Delfos, el recinto sagrado al que acudían los griegos para consultar a los dioses.

Luego de las invasiones de los bárbaros que provocaron la caída del Imperio Romano, la iglesia católica quedó como única expresión del orden y se erigió en custodia de la organización y las tradiciones romanas.

El espíritu religioso caracterizó a la sociedad medieval. La iglesia controlaba los actos de la vida cotidiana y los regulaba desde el nacimiento hasta la muerte del individuo. La influencia de la iglesia se hizo sentir en la política; coronó reyes y emperadores; y en más de una ocasión los privó del poder. Por sobre todo, difundió la cultura y suavizó las costumbres al afirmar la superioridad del espíritu sobre la materia.

Las Cruzadas

En general, se denomina como Cruzadas a la serie de campañas, comúnmente militares, que a partir del siglo XI se emprendieron desde el Occidente cristiano contra los musulmanes para la recuperación de Tierra Santa. Estas campañas se extendieron hasta el siglo XIII y se caracterizaban por la bendición que les concedió la Iglesia, otorgando a los particulares indulgencias espirituales y privilegios temporales a los combatientes.

Motivos:

El factor económico:

Las repúblicas del norte de Italia participaron en las cruzadas para defender sus intereses mercantiles. Venecia, Pisa y Génova controlaban las rutas comerciales por las que llegaban a Europa los productos de lujo orientales, cada vez más solicitados por una población urbana en auge.

Al servicio de Roma:

La Iglesia impulsó las expediciones a Tierra Santa para consolidar su autoridad política sobre los reinos cristianos, amenazada por las rivalidades con el Imperio germánico. Además, los papas querían recuperar el control sobre la Iglesia ortodoxa bizantina, separada del catolicismo romano desde el cisma (por cuestiones de dogma) de 1054.

Válvula de escape:

Los hijos de nobles que no recibían herencia (solo la adquiría el primogénito) se dedicaron a combatir en Tierra Santa. Así, se ganaban la vida y canalizaban su ímpetu guerrero. Las clases humildes también vieron en las cruzadas un medio para mejorar su nivel económico. Preferían probar suerte en tierras lejanas y desconocidas a llevar una vida mísera en los campos de Europa.


Repercusiones:

Las cruzadas afectaron de forma muy distinta a europeos y musulmanes. Para los primeros, su expulsión de Oriente Próximo en 1291 constituyó un revés transitorio en el camino hacia la hegemonía mundial. El mundo islámico, en cambio, inició un proceso de decadencia cultural a pesar de su victoria sobre los cruzados.

Desde el punto de vista occidental, las ocho expediciones a Tierra Santa tuvieron consecuencias trascendentales para la historia europea. En el terreno político, consolidaron la autoridad del papado sobre el conjunto de la cristiandad. Desde un punto de vista económico, las guerras favorecieron los intercambios comerciales y el auge de las ciudades mercantiles, como Venecia o Marsella. Este hecho propició el ascenso de la burguesía. En términos culturales, los cruzados entraron en contacto con la herencia de la Antigüedad clásica conservada por bizantinos y árabes.

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